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EMPANADILLAS CONGELADAS
No, evidentemente no es mío; aspiro a conseguirlo algún día, pero de momento mi estilo es bastante más brutal. Muchos lo habrán reconocido; es un fragmento de la letra del tema musical “Suave, Suave”, de D. Manuel García García-Pérez, incluido en su último trabajo, hasta ahora, “Nunca el Tiempo es Perdido”. Pocas cosas hay como escuchar este tema un día de Primavera a las dos de la tarde, mirando el paisaje a través de la ventana del bus que lleva desde el Parque Tecnológico al Empalme. Puede sonar a guasa, pero lo digo con la mano en el pecho. Es evocación pura de parajes bucólicos estivales, de ropajes blancos y vaporosos, de paz y hierba verde, y un pino, sólo un pino también muy verde, sin esas agujas secas que vomitan normalmente a su alrededor haciendo imposible sestear a su sombra. Ese es uno de mis paisajes mentales.
Podría escribir de paisajes desolados y desoladores en estos momentos, de países devastados por guerra, y continentes secos y condenados por la enfermedad y el hambre, de cifras aterradoras que todos tenemos en la memoria rápida y reciente (recordemos que el día 1 de Diciembre fue el Día Mundial de la Lucha Contra el Sida), pero lo cierto es que últimamente no veo mucha televisión y no leo los periódicos, y probablemente mi información sobre la situación actual del mundo sea bastante pobre. No sé hasta qué punto esto sea bueno o malo. En alguna ocasión, al salir del trabajo y ver todo desierto me he preguntado, y he preguntado a mi acompañante “¿qué habrá toque de queda y no nos hemos enterado?”. Compréndanlo, diez horas cada día, aislados entre arrozales y naranjos, pueden dar para muchos cambios en un país... Y lo cierto es que, en aquellos momentos, me ha asaltado una sensación extraña y agradable: podría haber ocurrido cualquier cosa, y nosotros allí, sin enterarnos de nada, a nuestro rollo; el individuo alienado, ajeno a lo que ignora, preocupado sólo por el pequeño mundo que le rodea, y que es lo que conoce y vive. Por todo ello, me limitaré, con su permiso, a hablar de mis paisajes, por alienada, o alienígena, como prefieran.
Marcos incomparables, lugares paradisíacos, esa foto. Tengo un problema con estas cosas, y es que raramente recuerdo los nombres de los sitios donde he estado, ni cómo llegar, ni siquiera tal vez si he estado. No se me graban los paisajes físicos en la memoria. Mis paisajes de lugares están asociados a las personas, a mis compañeros de viaje; mis marcos incomparables son de risas, humo y bares, soy así de macarra. El paisaje de Praga tiene largas tardes de tertulia en algún bar-café, y las previas en la habitación abarrotada del hotel a base de batido de chocolate y whisky; la Noche Vieja en Logroño contiene nivel etílico en sangre no recomendable, nueve personas en un 4X4 (imaginen las distintas posibilidades de que quepan nueve personas en un 4X4 de cinco plazas, y alguna será la correcta) dirigiéndose hacia la loma nevada que había frente a la casa, para bailar danzas tribales al son de Bob Marley durante no sé cuánto tiempo; una semana en Salamanca me dejó las siguientes panorámicas mentales: mi última noche allí, alrededor de una mesa en algún restaurante de comida mejicana, con Amparo, que no fumaba por aquel entonces (supongo que tras el atracón de nicotina, el vicio le debió quedar para siempre; ¿dónde andarás, Amparo?), empalmando los cigarros y escribiéndonos poemas improvisados en los cartoncillos de los paquetes que iba consumiendo, de marcas y sabores indiscriminados; y la huida que emprendimos, al colarnos en un cercado con intención de atajar, cuando vimos venir aquellos caballos salvajes; la aldea, no especialmente pintoresca, pero con una casa rural muy chula que era como la tuya propia, y en la que daban un desayuno muy rico; y aquel único bar-disco-pub, cuya única clientela fuimos nosotros, durante los días que allí estuvimos, y que no tenía nada para comer, sólo empanadillas congeladas, calamares a la romana congelados, croquetas congeladas....
-‘disculpe usted, buen aldeano, ¿qué tendría para echarnos de cenar?’
-‘nada; es que ya se acabó la temporada de verano’.
Toma comida sana para el cuerpo... Pero nos pegamos unas tertulias suculentas. Por eso, cuando me preguntan por un lugar del Mundo, no pienso en Nueva York, ni en Sydney; me viene a la cabeza Salamanca, y su paisaje en mi memoria, las risas, y Amparo recitando aquello de:
Botó, trau (Botón, ojal
Botó, trau Botón, ojal
trau ojal
Botó, trau Botón, ojal)
de algún autor cuyo nombre, y espero que me perdone, no recuerdo.
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