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Isabel Fletes Blas

 

VIDAS ANÓNIMAS (FEMENINO PLURAL)

Biografías. Nos vienen a la mente todos esos grandes hombres. Mujeres pocas, y de estas pocas normalmente ninguneadas hábilmente la mayoría, y las restantes conocidas por pendones (dicho popular). Pero así es la cruda realidad. Yo no lo creía, eso del machismo y tal, ya no existía, al menos en el “mundito” en que yo estaba viviendo hasta el instante en que comencé a intentar integrarme en este mundo laboral nuestro (en el que todo va bien) como lo que una es por formación y no de lo que ejerce (Auxiliar Administrativa, que es oficio muy honrado, pero para el que no me hubiesen hecho falta tantas alforjas). La cuestión es que una tiene un “titulito” que le dieron en una Universidad a cambio de una pasta gansa y de un tiempo precioso, el mismo parné y tiempo que invirtieron sus compañeros varones, mayoría absolutísima en la disciplina técnica de que se trata, pero que al parecer ha sido mucho más rentable para ellos. No había reparado en este pequeño detalle (aunque ellos siempre dirán que mide más), hasta que una amiga y compañera en la facultad hizo el comentario oportuno para despertarme a la realidad: “es que nosotras hemos tenido la mala o buena suerte de estudiar una carrera de hombres”; paso siguiente e inmediato, comenzar a pensar en compañeras de facultad y en los trabajos que ejercen en la actualidad: todas dedicadas a la enseñanza, pública a ser posible, salvo un par de casos con mucho enchufe... He metido la pata hasta el fondo, y ya no tiene arreglo. Y tras meditaciones de este tipo y la lectura de ofertas de empleo del estilo “ZZZZ precisa Ingeniero; requisitos: hombre...”, pues yo también opositaré, porque como no soy hombre, ni creo que lo sea jamás, y como si no soy hombre no trabajo, y si no trabajo no adquiero los cinco años de experiencia que requieren (esto suele ir en segundo lugar) si tienes la suerte de que no exijan masculinidad explícita, pues que el Estado me dé ese trabajo al que dicen que tengo derecho, con mi sueldo digno y mi casa digna y todo muy digno, y que además me forme, que a mí me mola mucho aprender.

La cosa no acaba ahí. He estudiado el fenómeno (como caso móviles; véase número anterior), informándome para este artículo, observando comportamientos ajenos, y el mío propio, que no se diga que no me río de mí misma. Las metidas de pata de las españolitas medias y anónimas de treintatantos (tantos a favor o en contra, da igual) no terminan en su frustrada vida laboral; con un poco de suerte, tras diversas relaciones sin importancia, sólo habrán tenido que soportar a un par de novios egoístas que absorbieron su tiempo que (mamá, tenías mucha razón) es oro y por los que, tal vez, en alguna ocasión, incluso descartaron la posibilidad de hacer algunas cosas interesantes, de lo que se dieron cuenta demasiado tarde. Y tal vez, a la tercera fue la vencida, y conocieron al hombre que las trataba de igual a igual de verdad (no a ese camuflado que al final, por algún lado, le sale el fondo, de donde no lo esperabas, que dices “¡ay!, ya te he calao bacalo”)... y al que dejaron porque “es que a mí lo que me gusta es el hombre hombre, que me sepa llevar, que tome decisiones...”; vamos a ver, alma de Dios, que el hombre se diferencia de la mujer física y morfológicamente, pero no en que tenga carné de conducir mujeres o que adquiera la habilidad de tomar decisiones a la vez que tú la pierdes cuando le conoces. Además, qué es eso de hombre hombre, ¿una nueva especie o espécimen?; que hombre sólo hay catalogado uno, que yo sepa, y si es como debe, no le hace falta redundancia. Como nosotras sigamos por este camino, mal andamos. Ya lo sabes Isabel, vuelve a leer lo que has escrito, y recapacita, que te hace falta.

 

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