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Una figura vestida de negro toma un gran cirio amarillento con su mano izquierda y alumbra la gran estancia que sigue en penumbras. La figura camina lentamente hacia el interior de la habitación; los relámpagos de la tormenta que explota en el exterior alumbran de vez en cuando el crucifijo que cuelga de su cuello. Sus uñas negras se clavan en la cera del cirio. A lo lejos se oye aullar a los lobos.
Esta visión turbadora nos evoca toda una serie de pensamientos negativos.
La simbología que emplea la literatura, y el cine, de terror toma una serie de elementos recurrentes en los que se apoyan para que, sin necesidad de narrar acontecimientos iterativos, entremos en la atmósfera del miedo sin apercibirnos.
Este estudio pretende ser un acercamiento a todos estos elementos recurrentes de la tradición terrorífica occidental: el uso del color, de espacios, de objetos.
Colores: El color de la literatura de terror es, sin duda, el negro. Es decir, la ausencia de color. Ambientes oscuros, personajes que visten de negro, la oscuridad siempre ha sido la aliada de lo tenebroso. Lo tenebroso también es ocre, amarillento, es el color de lo putrefacto, de la suciedad dientes amarillentos dibujaban su sonrisa demoníaca; otro color recurrente es el rojo, el color de la sangre y de la muerte, no ya de la pasión amorosa, que pasa aquí a ser el de la pasión dolorosa.
Lugares: hay un gusto especial por que la acción se desarrolle en espacios cerrados, castillos abandonados, grutas, torres, ruinas de templos e iglesias, como la leyenda El Miserere de Bécquer, pasando los espacios abiertos, como los bosques, caminos y carreteras a cerrarse sobre sí mismos, encerrando a los protagonistas en un ambiente oprimido en el que, si no logran escaparse, perecerán. La naturaleza se transforma en un elemento hostil, especialmente cuando la acción se desarrolla durante la noche, y, curiosamente casi siempre, arranca una tormenta; entonces el bosque se puebla de extraños sonidos, de animales que no por ser conocidos provocan menos terror en los personajes, de almas errantes y diablos en busca de presas.
La Muerte: todo el terror humano gira en torno a la idea de la muerte. Los no muertos, pero tampoco vivos, persiguen a los hombres para matarlos. El miedo es, pues, morir. Espadas, cuchillos, tijeras, navajas y todo tipo de armas, pero especialmente las armas blancas, son los instrumentos preferidos para matar. Recrearse en la idea de la abundancia de sangre en la escena es muy atractivo para los adictos al terror.
La figura del diablo: la muerte violenta es rápidamente relacionada con la figura del diablo y de todo lo demoníaco: brujas, demonios y vampiros, se repiten en la tradición terrorífica; sucesos extraños que son explicados como representaciones luciféricas o como fenómenos paranormales.
Otras figuras terroríficas: la figura del diablo y de todo lo relacionado con el satanismo es dejado de lado en las tradiciones centroeuropeas, más dadas a recrear malvadas criaturas habitantes de los bosques desde la creación misma del mundo: gnomos, avaros que ocultan en el subsuelo riquezas inimaginables; hadas, criaturas caprichosas que se ocultaban en los bosques capaces de realizar las más refinadas torturas -La niña que quiso ser hada, Ebba Langenskiöld-Hoffmann-; ogros gigantescos que devoraban poblaciones enteras en una sola noche; ghoules, vampiros que suelen aparecer en obras de Lovecraft, como Polaris, y lamias, que cambiaban de forma y aparecían de noche,... hoy día son los hombres-lobo, zombies, vampiros, momias, popularizados por el cine, son los muertos no muertos, que regresan al mundo de los vivos con perversas intenciones: reclutar nuevos miembros para el grupo, saciar sus instintos sexuales o simplementes su sed de sangre -Night of de living dead, dir. George A. Romero, 96 min. (1968)-. El cine ha contribuido en gran manera a ampliar este imaginario terrorífico: cientos de historias de vampiros, de momias, de hombres-lobo con mayor o menor fortuna, ponen siempre de actualidad el terror -Nosferatu (Eine Symphonie des grauens), dir. F. W. Murnau, 63 min. (1922).
Animales: bestias de toda la vida, como los lobos, aparecen en todas las historias de los pueblos europeos como símbolo de muerte nocturna, hasta los cuentos populares toman al lobo como protagonista de numerosas historias. Otros animales nocturnos son el búho, espectador de los sucesos que aterran al bosque; los murciélagos, especialmente terroríficos a partir de la historia de los vampiros como insaciables chupadores de sangre; reptiles, por su piel fría y aspecto de dragón recién salido de los infiernos; ratas, símbolo de enfermedades mortales, Drácula, Bram Stocker, y la inestimable aportación del cine de serie B de los años 40 y 50 de la llamada era nuclear del cine fantástico, con toda una serie de insectos gigantescos, víctimas de mutaciones genéticas, de aspecto y apetito realmente terroríficos-La mosca, George Langelaan.
Objetos: puertas que se abren y se cierran, cristales que se rompen, lámparas que se encienden y se apagan... son el imaginario colectivo del terror, a esto se unen elementos como los crucifijos (en numerosas ocasiones las cruces son testigos de sucesos extraños -El estudiante de Salamanca, Espronceda- o, contradictoriamente, son en sí elementos demoníacos -La cruz del diablo, Bécquer-; calaveras y esqueletos de difuntos se aparecen para prevenir a los vivos de terribles sucesos -Poe-; el tañido de las campanas anunciando la medianoche, o el simple tic-tac del reloj, son elementos recurrentes símbolo del paso del tiempo. La muerte sobreviene a medianoche y campanarios y relojes lo saben, y lentamente anuncian que el tiempo se ha terminado.
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